La Tortuga:¿le amo o sólo amo lo que me aporta ?



Un niño sintió que se le rompía el corazón cuando encontró,
junto al estanque, a su querida tortuga patas arriba, inmovil
y sin vida.

Su padre hizo cuanto pudo por consolarlo: “No llores, hijo. 
Vamos a organizar un precioso funeral por el señor Tortuga. 
Le haremos un pequeño ataúd forrado en seda y encargaremos
una lápida para su tumba con su nombre grabado. 
Luego le pondremos flores todos los días y rodearemos la 
tumba con una cerca”.

El niño se secó las lágrimas y se entusiasmó con el proyecto. 

Cuando todo estuvo dispuesto, se formó el cortejo –el padre, 
la madre, la criada y, delante de todos, el niño– y empezaron 
a avanzar solemnemente hacia el estanque para llevarse el
cuerpo, pero éste había desaparecido.

De pronto, vieron cómo el señor Tortuga emergía del fondo 
del estanque y nadaba tranquila y gozosamente. 

El niño, profundamente decepcionado, se quedó mirando 
fijamente al animal y, al cabo de unos instantes, dijo: 
“Vamos a matarlo”.

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En realidad, no eres tú lo que me importa,

sino la sensación que me produce amarte...

A de M

Cuento Taoista : Humildad vs Prepotencia


 
Por qué, venerable maestro, a quien presume de alguna virtud o habilidad nunca deja usted de decirle afablemente pero con firmeza, que se acuerde del tigre? Es que acaso tiene rayas el engreimiento como la piel de ese felino?-Quizás no tenga rayas para ti- respondió con voz queda y gesto acogedor el anciano varón-, pero para el desventurado Tong-Wei no solo tuvo rayas sino también colmillos...No sabes lo que sucedió?-Confieso mi ignorancia, sapientísimo guía; pero si mi naturaleza basta y mis groseras inclinaciones no se lo impiden, tal vez acceda usted -de ningún modo lo merezco- a contarme esa historia.-Lo Hare, claro que lo Hare-dijo el interpelado-; siéntate sobre esta esterilla y pronto Havre satisfecho tu curiosidad. Escucha, es una fabula que rueda de boca en boca. A mis abuelos la contaban sus abuelos, quienes a su vez las oyeron de labios de los suyos. Si a lo que narra damos fe, habitaba en las selváticas y calurosas comarcas que bañan las aguas rojizas del Río de las Tortugas un hombre llamado Tong-Wei, cuya destreza en las artes de la arquería hiciéronle famoso. Donde el ojo ponía enviaba la flecha. Nadie lo vio jamás fallar un solo tiro. Llego a ser tan indiscutible su maestría con el arco y tantos sus triunfos en los innumerables torneos en los que participara, que Tong Wei se volvió jactancioso. No era acaso el mejor? No aceptaban toda su evidente superioridad? Fue axial como cierto atardecer, mientras cazaba, le deparo el azar un encuentro imprevisto; al cruzar unos matorrales espinosos, se halla el súbito, en el claro del bosque, frente a un tigre gigantesco y amenazador. Mas rápido que la centella coloca la saeta, apunta, estira a cuerda, ya va a disparar... Fue entonces cuando el animal feroz atino a decir:-No dudo, Tong-Wei, de que cuando sueltes tu flecha dejare de existir; y honrado me sentiré de haber caído victima de tan extraordinario cazador. Sin embargo, si la postrera suplica de tu condenado logra conmover la nobleza de tu espíritu, yo te pediría que, antes de hacer diana en mi cuerpo, me demuestres tú sin par talento clavando el dardo en el nudo de aquel viejo roble. Sorprendido, pero también halagado por las encomiásticas palabras de la fiera, se voltea Tong-Wei hacia el tronco, y en su mismo centro encaja la saeta.-Maravilloso disparo!-exclama el carnívoro- Y podrías darle a la despreocupada lagartija que se solaza al sol sobre esa roca? alcanza a tanto tu virtud? Sin pensarlo dos veces lanza el arquero la flecha sobre el diminuto blanco y parte en dos la lagartija...-Formidable! Increíble!- grita entusiasmado el temible felino-; y a la avecilla que trina en la copa de esa alta palmera, acaso puede tu afilado proyectil hacerla callar? así, Tong-Wei, cuya fatuidad el tigre lamia y relamía con la obsecuente solicitud de un perro fue, una tras otra, dilapidando en inocentes objetos sus mortíferas armas... Y el rayado depredador no cesaba de elogiarlo:-Eres portentoso, eres único, eres genial. Ningún cazador pudo acometer la mitad de tus hazañas. Cuando el arquero, con su fatal soberbia no le caviar en el pecho, lanzo contra una mísera arana su ultimo dardo, el tigre, que no esperaba otra cosa, salto sobre el ahora indefenso cazador y en un abrir y cerrar de ojos hizo del sorprendido maestro de arquería deleitoso festín.-Pero, es verdadera esa historia, maestro?- pregunto incrédulo el joven catecúmeno.-Esto nunca podremos saber, hijo mismas de algo puedes estar seguro: donde el presumido se deja olfatear no tarda en aparecer un peligroso tigre... aunque no tenga rayas.

Recobrando la humildad




¿Nos hemos preguntado alguna vez el por qué la humildad no está precisamente de moda?

¿Qué ha pasado con esta virtud que parece tan solo etiqueta para gente desfavorecida?

¿Acaso hemos ya olvidado que la paz es un tesoro que late oculto en el corazón humano?

Pareciera que actualmente el significado corriente de la humildad, alude tan solo a la llamada clase baja, o “gente humilde”, es decir a la tercera clase de ese tren que motoriza de forma arrogante una sociedad capitaneada por multitud de ricos tempranos en el puro tener.

En realidad utilizamos la acepción de “clases humildes”, cuando queremos dar a entender que se trata de gentes que viven en barrios empobrecidos y que suponemos reverencian a quien simplemente tiene más y puede sacarles de la miseria. Así pues el significado de la palabra humildad ya nada tiene que ver con un valor del corazón humano, sino con el estatus de quien es “menos”, es decir, de personas no solo pobres en el tener, sino también incultas.

Es por ello que la humildad en el uso cotidiano de esta civilización está considerada como una debilidad, y en algunos casos, se alude a ella cuando alguien se rebaja a sí mismo con la secreta intención manipuladora de provocar en sus allegados una reacción de ánimo, unas palabras que levanten la autoestima del que airea sus carencias buscando reforzarse, sin duda otro ejemplo de falsa humildad, también común en esta sociedad de culto a las superficies.


¿Cabe mayor despiste?


Nuestra cultura como ya es archisabido por los que observan, no solo está despistada del gigantesco patrimonio espiritual que encierran los valores éticos, sino que además ensalza valores profanos, valores encarnados en muchos casos por personas que no añaden realmente valor a lo que circula por sus manos, sino que activan su inteligencia cazadora para especular en nombre de hacer negocio, relegando y eclipsando otras capacidades más profundas del ser humano que merecen cultivo y atención.


Esta reflexión no juzga a las personas, cada ser humano, asesino o santo, es mucho más que ese personaje o conducta que expresa, en todo caso reflexiona y propone recordatorios que pueden resonar con la llamada apertura del corazón, propósito íntimo y sutil ante el que un número cada vez mayor de personas se encuentran preparadas.


Observo que como seres en evolución nos convendrá recuperar el valor de la humildad y devolverle la grandeza de alma y el nivel de “alta cultura” que su íntima vivencia conlleva. El propio Kant fue uno de los primeros filósofos que señaló una concepción de la humildad tan profunda que llegó a nombrarla como una “meta-actitud” y virtud central en la vida.


Tal vez nos preguntemos, ¿en qué sentido la humildad puede ser señalada como virtud central? Quizá la clave corresponda a Santa Teresa que definió la humildad como “andar en la verdad”. Y reconózcase que una vez llegados al profundo sentimiento de verdad y certeza, cosa escasa y sorprendente, pocas cosas quedan ya en la vida para seguir descubriendo.


En realidad, ¿cuántas veces nos hemos dejado poseer por la arrogante batalla de “tener la razón”?, una necesidad de nuestro ego dualista y limitado que tiende a brotar bélico en las relaciones emocionales, relaciones a menudo tan impregnadas de neurosis que bloquean la flexibilidad de mirar las cosas desde otras perspectivas menos egocéntricas. Al parecer, el conflicto se hace presente por no poder neutralizar esa hormona que nos catapulta a un reactivo luchar y dar portazos, para así evitar amenazas de abandono, culpa y vergüenza de quedar al descubierto en nuestras más recónditas sombras e internas miserias.


¿Qué papel puede jugar el reconocimiento y cultivo de la humildad en la paz familiar, profesional y social? Tal vez la paz en todo este tejido de relaciones comienza por ser encontrada dentro en uno mismo, y desde este estado, un estado con el tiempo se convierte en estadio, mantener un sólido arraigo en la ecuanimidad, compasión y no violencia. En realidad, el encontrar la tan anhelada paz, es una promesa que ha fundamentado variadas escuelas de conocimiento, religiones y múltiples caminos de autodescubrimiento y liberación, caminos que durante milenios han aportado una sensación de sentido existencial a quienes por ellos transitaban.



¿Qué puede hacer un ser humano ante la tensión y el conflicto con una parte de su familia, o con una parte de su ambiente laboral? Tal vez lo primero que convendrá será reconocer que la autoría del conflicto es de las dos partes, ya que dos no pelean si uno de los dos realmente no quiere. Y más tarde reconocer el temor a la propia vulnerabilidad, una vulnerabilidad de ese niño o niña interior, niño herido y vulnerable que habita en nuestro corazón, y al que protegemos con máscaras y murallas invisibles que blindan el corazón.



Si amamos el Amor, y como personas cotidianas queremos amar y ser amados, tendremos que abrirnos a la posibilidad de abrir nuestras viejas heridas, al tiempo que nos permitimos aflorar todo el racimo de viejos dolores embolsados que viven sepultados de nuestro mundo interior.


Habrá que descubrir que la verdadera fortaleza se basa en el reconocimiento de la propia vulnerabilidad, una realidad desde la que se escucha el canto de la humildad, un canto impregnado con aroma a verdad y que de pronto aparece en nuestro pecho como luz brillante en noche oscura.



¿La humildad como camino al corazón?

por José María Doria