El Espejo : No vemos lo que hay sino lo que somos...









Érase una vez un poblado situado en las altas montañas que tenía la particularidad de no conocer el mundo de los espejos. Por alguna razón, ningún habitante de aquella comunidad se había visto reflejado en uno de ellos, debido quizá a las lejanas distancias que lo separaban con el resto del mundo civilizado. Un día, Ismael que tenía fama de curioso, decidió adquirir ese misterioso cosa llamada “espejo”, en el que según decían sus antepasados, tenía la capacidad de reflejar a la persona que lo miraba. Así pues, Ismael encargó uno de estos objetos a un comerciante que, cada siete años solía viajar a los valles. Pasado el tiempo, el comerciante le hizo llegar su encargo bien envuelto y protegido. Ismael entonces, presa de emoción, corrió al sótano de su casa y lo desenvolvió con cuidado. Finalmente, cuando lo hubo abierto y examinado, ¡Oh sorpresa! Ante su asombro, en aquel extraño objeto apareció la imagen de su padre. Ismael atónito, lo volvió rápidamente a envolver y se retiró visiblemente pensativo y perturbado. Aquella noche, mientras dormía junto a su esposa, se despertó inquieto, y decidió volver a mirarse en el espejo recién traído. Para lo cual, descendió silencioso al sótano y tras desenvolver aquella extraña cosa, volvió a contemplar de nuevo, no sin asombro y sorpresa, la imagen de su padre. Y así, noche tras noche, Ismael descendía sigiloso al sótano con el fin de asistir a la aparición de una imagen que no cesaba de repetirse y que tanto le emocionaba.
Una noche, su esposa Astrid, observando las salidas nocturnas que Ismael realizaba, llena de inquietud y sospechas, decidió seguirle, no sin temer el infiel encuentro de su marido con otra mujer más joven y hermosa. Cuando observó que éste gesticulaba ante un oscuro rincón de la estancia y se retiraba de nuevo a su cama, tuvo deseos de comprobar, qué era aquello capaz de inquietar tanto a su pareja. "Seguro que tendrá que ver con otra mujer", pensó. Así que decidió volver al día siguiente, cuando su marido no se encontrase en la casa. De esa forma, investigaría con tranquilidad aquel misterioso objeto que se encontraba en el sótano de su propia casa. A la mañana siguiente, Astrid bajó apresuradamente y desenvolviendo con cuidado aquello... ¡Oh sorpresa! Sus sospechas se vieron fundadas, ya que lo que vio allí era, efectivamente, otra mujer más joven y hermosa que, por lo que dedujo, tenía todas las trazas de ser el nuevo sueño de amor de su esposo. Aquella noche, cuando Ismael llegó a su casa, Astrid presa de indignación, le desveló el secreto diciéndole: "Me estás siendo infiel, he descubierto que todas las noches bajas al sótano y contemplas a esa mujer que aparece en el objeto que guardas envuelto con tanto cuidado." A lo cual Ismael contestó. "Estás en un error Astrid, no se trata de ninguna mujer... ese objeto es un espejo que, según se afirma en tierras lejanas, refleja a cada cual... pero en este caso, sorprendentemente lo que se contempla cuando en él me reflejo, es la imagen de mi padre...". "Ni hablar", le interrumpió ella, presa de agitación y cólera. "Me estás mintiendo. Yo he visto con mis propios ojos la imagen clara de otra mujer, que por la forma de mirar y moverse, tenía todas las trazas de ser tu amante." "Bajemos y comprobarás que no es cierto lo que dices", repuso él. "Es mi padre el que aparece en el objeto, ninguna mujer he visto jamás en el mismo".

Astrid asintió a la prueba y una vez que descendieron y se observaron, Ismael seguía viendo a su padre y Astrid a la joven muchacha, con lo que el conflicto y la confusión inundaron aquella casa... De pronto, Ismael propuso: "Astrid, solicitemos el fallo del sabio anciano, seguro que su visión nos permitirá hallar la verdad y recuperar la calma". Astrid aceptó el juicio del anciano, y ambos se dirigieron hasta el mismo y expusieron sus contrariedades, pidiéndole que se asomase al objeto y dirimiera, si lo que allí aparecía era el padre que viera él, o la joven mujer que contemplaba ella. El anciano asintió y tras llegar a la casa y reflejarse en el objeto, dijo: "Ni es el padre de Ismael, ni la mujer que sospecha Astrid. “Aquí, lo único que se ve es a un anciano".

REFLEXIONES

¿Qué ven nuestros ojos? ¿acaso ven lo que “somos”? ¿Tan subjetiva y maleable es la realidad que parece existir en el “ahí fuera”? En este sentido, la Física Cuántica afirma que el observador, aunque parezca ajeno al objeto observado, “pinta” más de lo que puede imaginarse en la configuración de lo observado. Al parecer, dicho observador llega incluso a determinar ciertas manifestaciones de la energía que contempla. Concretamente y refiriéndose al comportamiento de determinadas partículas, la Ciencia postula que el sujeto, a través de su mera observación, determina si la energía se manifiesta como Onda o bien como Partícula. ¿Quiere esto decir que en alguna medida, el mundo exterior que al parecer vemos, es influenciado por el “programa interior” del sujeto que lo observa? Y puesto que así lo creía, así fue. Richard Bach ¿Podemos afirmar que la propia percepción está determinada por nuestras creencias, suposiciones, prejuicios, expectativas y preferencias, muchas veces inconscientes? Fuentes de gran credibilidad afirman que nuestra mente actúa a la manera de un proyector de cine, siendo la realidad exterior tan sólo la pantalla en donde la película se refleja, mientras que el guión lo determina nuestra interioridad mental. En este caso, podemos considerar a la película de la vida como el flujo creativo de nuestro concreto programa mental. “Lo que Pedro nos dice de Juan, más nos sirve para conocer a Pedro que a Juan”. Spinoza ¿Quiere esto decir que: “El que tiene en la frente un martillo no ve más que clavos”? ¿Tan importante es el pensamiento y la consciencia? Se dice que si bien en tiempos anteriores se decía: “Si no lo veo no lo creo”, las modernas ciencias de la mente afirman: “Si no lo creo no lo veo”. Al parecer, la creencia “crea” la realidad que experimenta el ser humano. Recuérdese que la llamada “realidad” que vemos, se construye en el tálamo, una compleja glándula del cuerpo humano que se ocupa de “escenificar” lo que los impulsos electroquímicos canalizan del exterior a través de los sentidos.

En este sentido puede afirmarse que la representación que del mundo hace cada ser humano es una construcción de su mente; y no puede demostrarse que tenga una existencia aparte. Desde esta perspectiva, el que cree que “es posible” lo hace posible. Lo conseguimos porque no sabíamos que era imposible. Gustavo Montilla Si por ejemplo, uno cree que va a llegar a la cima, todo lo que suceda, tenderá a convalidar su creencia de que va a llegar. Las creencias son los verdaderos programas creadores de la realidad. Si existe la creencia inconsciente de que el hecho de ganar abundante dinero puede propiciar en la persona un inquietante grado de pérdida de valores y egoísmo, resultará que por más que ésta se esfuerce en horas y horas de trabajo, “algo” en su vida saboteará su prosperidad. Si una persona, bien por sentirse culpable o por otra razón igual de sutil, no se cree merecedora del amor o del éxito, lo más probable es que no le suceda tal fortuna aunque trabaje con ahínco y parezca que a veces la alcanza. Todos y cada uno de nosotros estamos actualmente situados en la vida, justo allí donde hemos creído posible poder estar. Ni más ni menos que dicha medida. 

Todos los momentos de la historia mundial, representan el triunfo de una idea entusiasta.
Waldo Emerson
Es por ello que si se puede mejorar la calidad de las propias creencias acerca de uno mismo, el mundo cambiará y ajustará nuestra posición a dichas creencias por íntimas que éstas sean. Un ejemplo del poder de la creencia lo podemos ver en el amaestramiento de una pulga. Como puede imaginarse es algo muy simple. Primero, se la encierra en un frasco y, como es lógico, la pulga que no quiere estar dentro, saltará repetidas veces para intentar verse afuera. ¿Qué sucederá? Sucederá que al cabo de una serie, más o menos larga, de saltos e intentos, la pulga dejará de saltar. Ya se puede quitar el tapón, ¡La pulga ya no intentará jamás salir del frasco! ¿Por qué no lo hará?
Por algo tan simple como el hecho de que su cerebro cree que no puede, y si ese cerebro no establece una creencia contraria que le permita poder saltar (algo improbable en una pulga) no lo intentará nunca. Cuando en nuestra vida existe una limitación por la que "se tropieza varias veces en la misma piedra", tendemos a la resignación creyendo que ya no es posible resolverla. Son casos en los puede afirmar que una gran parte de uno mismo está domesticada por la propia forma de ver los acontecimientos, olvidando que nuestra capacidad de salto es más extraordinaria de lo que realmente imaginamos. Para poder, basta querer. Novalis. ¿Cómo ajustar nuestras creencias? En primer lugar, deviniendo conscientes de cuáles son las que actualmente tenemos programadas. ¿Cómo se han programado? La respuesta señala a nuestra infancia, a través de los patrones modeladores de nuestros padres en un medio ambiente familiar. Asimismo, influyen nuestra experiencia y el código genético. ¿Cómo averiguar el tipo y calidad de nuestras creencias? Preguntándonos. ¿Qué significa para mí el trabajo, el amor, la familia, el dinero, la vida, el sexo, la espiritualidad, la enfermedad, el éxito, la muerte...? Las sucesivas respuestas irán ampliando nuestra consciencia hacia tales áreas, momento en el que estaremos en mejor condición de instalar creencias más óptimas. En la trama del relato, ¿creía Ismael que era “igual que su padre”? ¿acaso tenía una relación con su padre de admiración y temor con flecos pendientes de ajuste? ¿por qué Astrid veía una mujer más joven e incluso provocativa?¿acaso su visión estaba determinada por su personal creencia de lo que en realidad temía? ¿Es cierto que el que tiene en la frente un martillo no ve más que clavos? Y en tal caso, ¿por qué el sabio anciano se ve tal cual?



Cuando la mente está sosegada, refleja la Realidad. Nisargadatta

Extraido del Libro de José María Doria : Cuentos para aprender a aprender.





NIños que tienen miedo a la oscuridad : un recurso para padres creativos






Había una vez niño pequeño, tan pequeño tan pequeño que se llamaba meñique, como el dedo más chiquitín de la mano.
Meñique era rubio, con ojos verdes y su pelo siempre estaba desordenado, su mamá le peinaba y le peinaba cada día, y el gritaba porque siempre había nudos en su pelo.
Un día meñique se levantó de la cama y en su habitación había un monstruo muy grande. Meñique vio el monstruo y se asustó tanto que gritó muy alto y salió corriendo hasta el cuarto donde dormían su mamá y su papá. Una vez allí llorando intentó explicar lo que había visto a sus papás, pero meñique aún no sabía hablar y sus padres pensaban que tenía dolor de dientes, le dieron un palo con un sabor extraño para que lo mordiese y le cantaron una canción para que volviese a dormir. Esa noche pudo dormir con ellos pero las siguientes noches regresó a su cuarto.
Meñique tenía miedo de dormir solo porque pensaba que al despertar volvería a ver ese monstruo en su habitación y su mamá insistía en que tenía que dormir solo, sin comprender que un monstruo le acechaba por las noches.
Después de varias noches llorando tuvo que enfrentarse él solo al monstruo.
Se armó de valor con su espada de madera, con sus peluches más fuertes y su barita mágica de juguete.
Tras mucho tiempo con los ojos abiertos y lo más atento posible se quedó dormido. Se despertó en mitad de la noche y allí, delante de él, estaba el monstruo parado.
Esta vez lo vio claramente y era horrible. Su boca era gigante, y sus ojos rojos, tenía el pelo largo y una cola de serpiente, tenía un abrigo ancho donde le colgaban cascabeles  y sus manos eran garras gigantes de dragón.
Meñique observó el monstruo atentamente pues no podía hacer nada más, si gritaba su mamá venía y como ella no podía ver el monstruo, volvía a apagar la luz y a cerrar la puerta; si lloraba el monstruo tampoco se iba; si se tapaba los ojos el monstruo podría hacerle algo malo mientras estaba descuidado. Sólo podía mirarle.
Con los ojos bien abiertos miró fijamente al ogro que tenía frente a él. Y el ogro no se movía, y meñique le seguía mirando a los ojos, fijo, sin miedo, y el monstruo no podía moverse. El niño le tenía atrapado con su mirada.
Entonces meñique empezó a reírse del monstruo.
-Mira si eres ridículo, sólo con mirarte te puedo controlar. No puedes hacer nada porque te estoy viendo, y además, eres muy feo, tan feo tan feo que todo el que te ve se asusta, por eso mi mamá y mi papá no te pueden ver, ellos no pueden creer que algo tan feo exista. Y meñique se rió y se rió del monstruo y le dijo por fin:
-Te voy a dejar marchar, cerraré los ojos para que puedas escaparte, pero nunca más vengas a molestarme. No me das miedo, no tienes nada que hacer porque ya conozco tu punto más débil, sólo verte y no puedes ni si quiera moverte. Adiós monstruo horrible, y no intentes asustar a mi mamá porque ella no puede verte.
Entonces meñique cerró los ojos fuerte fuerte, sabiendo que el monstruo no tenía nada que hacer. No le podía tocar, no le podía comer, no le podía hacer nada. Sólo le asustaba con su forma fea, con su sensación fea. Sabía que se iba a ir. Y al cabo de unos segundos volvió a abrir los ojos.
El monstruo seguía en la habitación, se escondía detrás de la ropa tirada en el suelo y los juguetes desordenados, le gustaba el desorden porque ahí se escondía. Ahora tenía menos fuerza porque Meñique le había visto y se le notaba menos, pero meñique, que era muy listo, pudo ver claramente como ese ogro gigante se intentaba esconder tras el desorden. Ya no parecía tan grande, no parecía tan feroz, pero en vez de irse se estaba escondiendo. Así que meñique se enfadó y le gritó:
-¡Fuera de aquí! ¡Este es mi cuarto! ¡No tienes derecho a estar aquí!
Y al instante el monstruo se marchó. Pero meñique sentía que seguía cerca el monstruo, le vigilaba detrás de la puerta, puede que más allá, puede que en la casa del vecino. El monstruo no acaba de irse del todo, ¿estaría esperando que se quedase dormido? ¿Qué buscaba de él si sólo era un niño? ¿tal vez se sentía solo el monstruo y sólo quería tener un amigo? A Meñique no le apetecía tener un amigo tan feo y desagradable como ese monstruo.
Entonces ideó un plan. Cogió a su muñeco más amado, una pantera de peluche, y la puso a los pies de la cama, entonces le dijo a la pantera:
-Quédate aquí Pantera, y cuando el monstruo se acerque muérdele las garras para que no me pueda atacar, entonces el monstruo se irá. Después si regresa, muérdele la lengua, pero sin tragarte su saliva porque puede ser venenosa, después muérdele el rabo y así hasta que no quede nada que morder. Tú me protegerás amigo.
Y el niño se durmió tranquilo. Cada noche la mamá ponía la pantera de juguete al lado del niño en la almohada y el niño la ponía a los pies de la cama, así se aseguraba que el monstruo no se acercaba a él, se quedaba abajo donde la pantera estaba protegiendo. Luego en la mañana Meñique le dejaba un poco de su comida para que la pantera se alimentase y cogiese energías después de haber luchado toda la noche.
A veces soñaba que luchaba contra un monstruo, otras veces soñaba que su pantera le protegía.
Meñique creció y dejó de creer en monstruos, olvidó que alguna vez lidió con uno en su habitación. Pero lo que nunca olvidó es que existen guardianes y protectores que nos cuidan cada vez que se lo pedimos. Así cuando tenía miedo, pedía a sus guías, sus aliados, a los ángeles. No tenía miedo y sentía que en todos los mundos había protectores que podían ayudarle.
Y así el valiente Meñique nos enseñó cómo protegernos de los monstruos por la noche.

Algunos amigos protectores: figuras de ángeles, el león, la pantera, el oso, los unicornios, las águilas, el leopardo, el mamut, el lobo, el orangután…


El árbol transplantado

 
 
 
Hace mucho mucho tiempo, de una semilla muy pequeña surgió un gran universo en forma de árbol. Era un universo inmenso, tenía ramas, hojas, pájaros que se acercaban de universos paralelos, tenía heridas, tenía luz y vida. En cada parte de él había vida.

Un día apareció un hombre al que el árbol respetaba y llamaba dios, y el hombre dijo:

-Creo que este árbol estaría mucho mejor en aquel otro lugar, pues allá da más el sol.

El hombre tenía una voz muy firme y parecía que lo que decía era lo más correcto.


Y agarró el árbol y lo trasplantó.

El árbol era un Universo, cuando se apartó de su lugar de nacimiento perdió mucho, perdió aquel aire, aquellas flores que le servían de aroma bajo sus pies, perdió cientos de pájaros que se apoyaban en él y se encontró en un nuevo lugar, solo, perdido.

Así estuvo largo tiempo: intentaba levantar cabeza pero su vida ya no era como antes, no se sentía igual, pues había perdido la conexión con lo que le rodeaba.

Pero pasó el tiempo, mi amada, paso el tiempo y el árbol obtuvo una respuesta mayor, se dio cuenta de que su conexión no era sólo con el lugar inicial donde apareció, su existencia no sólo estaba conformada al lugar donde nació, no, todo el Universo estaba amándole y rodeándole, el resto de UNIVERSOS.

El árbol se sintió feliz, recobró su vida y amó a la tierra a la que estaba unido, ya no sentía que aquella no era su tierra, amo al hombre y le perdonó, ya no sentía que aquel hombre le quería dañar, y amó el nuevo aire, ya sintió que aquel aire también le daba la luz. ¿Si hizo bien o mal el hombre? Pues hizo, no se juzga si estuvo bien o mal, pues lo importante es actuar.

El árbol no sentía dolor ni culpa ni miedo se sentía pleno y feliz y pudo recobrar la vida, la luz, volvió a amar, a jugar con los pájaros nuevos que venían a verle e incluso pudo aprender a sentir aquellos que dejo a atrás y algunos incluso, sintiendo esta llamada de amor, le encontraron y volvieron a apoyarse en sus ramas. Aparecieron nuevas flores bajo sus pies y el sintió que la tierra le estaba agradecida por estar con ella