En
la erupción, algo atraviesa la frontera, algo quiere salir. La forma más simple
de expresar esta idea nos la facilita el acné juvenil. En la pubertad, aflora
en el ser humano la sexualidad, pero casi siempre sus imperativos son
reprimidos con temor. La pubertad es un buen ejemplo de situación conflictiva.
En
una fase de aparente tranquilidad, bruscamente, de unas profundidades
desconocidas, brota un nuevo deseo que, con una fuerza irresistible, trata de
hacerse un lugar en la conciencia y la vida de un ser humano. Pero el nuevo
impulso que nos acomete es desconocido e insólito y nos atemoriza. A uno le
gustaría eliminarlo y recobrar el familiar estado anterior.
Pero
no es posible. No se puede dar marcha atrás.
Y uno se encuentra en un conflicto. La atracción de lo nuevo y el temor a lo nuevo tiran de uno casi con igual fuerza. Todos los conflictos se desarrollan según este esquema, sólo cambia el tema. En la pubertad, el tema se llama sexualidad, amor, pareja. Despierta el deseo de hallar un oponente, el Tú, el polo opuesto. Uno desea entrar en contacto con aquello que a uno le falta, y no se atreve. Surgen fantasías sexuales, y uno se avergüenza. Es muy revelador que este conflicto se manifieste como inflamación de la piel.
Y uno se encuentra en un conflicto. La atracción de lo nuevo y el temor a lo nuevo tiran de uno casi con igual fuerza. Todos los conflictos se desarrollan según este esquema, sólo cambia el tema. En la pubertad, el tema se llama sexualidad, amor, pareja. Despierta el deseo de hallar un oponente, el Tú, el polo opuesto. Uno desea entrar en contacto con aquello que a uno le falta, y no se atreve. Surgen fantasías sexuales, y uno se avergüenza. Es muy revelador que este conflicto se manifieste como inflamación de la piel.
Y
es que la piel es la frontera del Yo que uno tiene que cruzar para encontrar el
Tú. Al mismo tiempo, la piel es el órgano con el
que el ser humano entra en contacto con los demás, lo que el otro puede tocar y acariciar. La piel tiene que gustar para que el otro nos quiera. Este tema candente hace que la piel del adolescente se inflame, lo que señala tanto que algo pugna por atravesar la frontera —una nueva energía que quiere salir—, como que uno pretende impedírselo. Es el miedo al instinto recién despertado.
que el ser humano entra en contacto con los demás, lo que el otro puede tocar y acariciar. La piel tiene que gustar para que el otro nos quiera. Este tema candente hace que la piel del adolescente se inflame, lo que señala tanto que algo pugna por atravesar la frontera —una nueva energía que quiere salir—, como que uno pretende impedírselo. Es el miedo al instinto recién despertado.
Por
medio del acné uno se protege a sí mismo, porque el acné obstaculiza toda
relación e impide la sexualidad. Se abre un círculo vicioso: la sexualidad no
vivida se manifiesta en la piel como acné: el acné impide el sexo. El reprimido
deseo de inflamar al prójimo se transforma en una inflamación de la piel. La
estrecha relación existente entre el sexo y el acné se demuestra claramente por
el lugar de su aparición; la cara y, en algunas chicas, el escote (a veces,
también la espalda). Las otras partes del cuerpo no son afectadas, ya que en
ellas el acné no tendría ninguna finalidad. La vergüenza por la propia
sexualidad se transforma en vergüenza por los granos. Muchos médicos, contra el
acné recetan la píldora, y con buenos resultados.
El
fondo simbólico del tratamiento es evidente: la píldora simula un embarazo y,
desde el momento en que «eso» parece haber ocurrido, el acné desaparece: ya no
hay nada que evitar. Generalmente, el acné cede también a los baños de sol y
mar, mientras que cuanto más se cubre uno el cuerpo más se agrava. La «segunda
piel» que es la ropa acentúa la inhibición y la intangibilidad.
El
desnudarse, por el contrario, es el primer paso de una apertura, y el sol
sustituye de modo inofensivo el ansiado y temido calor del cuerpo ajeno. Todo
el mundo sabe que, en última instancia, la sexualidad vivida es el mejor
remedio contra el acné. Todo lo dicho acerca de la pubertad puede aplicarse, a
grandes rasgos, a todas las erupciones cutáneas. Una erupción siempre indica que
algo que estaba reprimido trata de atravesar la frontera y salir a la luz (al
conocimiento).
En
la erupción se muestra algo que hasta ahora no estaba visible. Ello también
indica por qué casi todas las enfermedades de la infancia, como el sarampión, la
escarlatina o la roséola, se manifiestan a través de la piel. A cada
enfermedad, algo nuevo brota en la vida del niño, por lo que toda enfermedad
infantil suele determinar un avance en el desarrollo. Cuanto más violenta la
erupción, más rápido es el proceso y el desarrollo. La costra de leche de los
lactantes denota que la madre tiene poco contacto físico con la criatura, o que
la descuida en el aspecto emotivo.
La
costra de leche es expresión visible de esta pared invisible y del intento de
romper el aislamiento. Muchas veces, las madres utilizan el eccema para
justificar su íntimo rechazo del niño. Suelen ser madres especialmente
preocupadas por la «estética», que dan mucha importancia a la limpieza de la
piel. Una de las dermatosis más frecuentes es la psoriasis.
Se
manifiesta en focos de inflamación de la piel que se cubren de unas escamas de
un blanco plateado. En la psoriasis se incrementa exageradamente la fabricación
de escamas de la piel. Nos recuerda la formación del caparazón de algunos animales.
La protección natural de la piel se trueca en coraza: uno se blinda por los
cuatro costados. Uno no quiere que nada entre ni salga.
Reich llama muy
acertadamente al resultado del deseo de aislamiento psíquico «blindaje del
carácter». Detrás de toda defensa hay miedo a ser heridos. Cuanto más robusta
la defensa y más gruesa la coraza, mayor es la sensibilidad y el miedo. Ocurre
lo mismo entre los animales: si a un crustáceo le quitamos el caparazón,
encontraremos una criatura blanda y vulnerable. Las personas aparentemente más
ariscas son en realidad las más sensibles. De todos modos, el afán de proteger
el alma con una coraza encierra un cierto patetismo.
Porque,
si bien la coraza protege de las heridas, también impide el acceso al amor y la
ternura. El amor exige apertura, pero entonces la defensa queda comprometida.
El caparazón aparta al alma del río de la vida y la oprime, y la angustia
crece. Es cada vez más difícil sustraerse a este círculo vicioso. Más tarde o
más temprano, el ser humano tendrá que resignarse a recibir la temida herida,
para descubrir que el alma no sucumbe, ni mucho menos. Hay que hacerse
vulnerable, para comprobar la propia resistencia.
Este
paso se produce sólo bajo presión externa, aplicada ya por el destino y por la
psicoterapia. Si nos hemos extendido en el comentario de la relación entre la
vulnerabilidad y el blindaje es porque, en el plano corporal, la psoriasis
muestra esta relación: la psoriasis llega a producir ulceración de la piel lo
que aumenta el peligro de infección.
Con
ello vemos cómo los extremos se tocan, cómo vulnerabilidad y autodefensa ponen
de manifiesto el conflicto entre el deseo de compenetración y el miedo a la
proximidad. Con frecuencia, la psoriasis empieza por los codos. Y es que con
los codos uno se abre paso, en los codos uno se apoya. Precisamente en este
punto se muestran a un tiempo la callosidad y la vulnerabilidad.
En
la psoriasis, inhibición y aislamiento llegan al extremo, por lo que obligan al
paciente, por lo menos corporalmente, a abrirse y hacerse vulnerable.